domingo, 20 de noviembre de 2011

Mudanza

Nos ven, nos observan, nos piensan. ¡No! No lo hagan más si va a ser con un juicio; con un prejuicio, no. Comenzaré desde una lugar muy caminado al decir que tenemos la certeza de que a lo largo de nuestra vida muchas personas nos pueden observar por doquier, en un punto u otro del globo, siempre dinámicos, característica que muchas veces nos encanta resaltar. Caminando de prisa o con tranquilidad, escribiendo o leyendo; y esto último, como tantas veces yo lo he hecho, en el medio de la 9 de Julio, esperando a que ella se digne a dejarme cruzarla. Siempre viajando, trasladándonos a cortas o a largas distancias, pero jamás inmóviles. Sin embargo, el viaje del cual este ensayo trata poco tiene que ver con un traslado físico y tangible, mucho menos observable en una primera lectura. Se trata, más bien, de un traslado mental, imaginario, intelectual. Es a cerca de un viaje en el cual el objetivo es crecer y seguir conociendo más allá del exterior. Un viaje de iniciación, si alguien pretende categorizarlo, como el que podemos apreciar, por ejemplo, en las peripecias de Perceval, quien a través de su largo trayecto en busca del grial y en pos de los innumerables obstáculos que tuvo que atravesar, se conoció a sí mismo y se fortaleció internamente. De manera explícita, en ese caso hubo un traslado físico y externo, sin lugar a dudas. Pero el traslado interno fue aún mayor. Esto se debe a que se produjo un crecimiento en su personalidad: el cambio de la niñez a la juventud y de allí a la adultez. Pudo verse, este personaje, desde otra perspectiva, lo cual lo ayudó a reflexionar así como también a pensarse dejando de lado el egocentrismo y, más a aún, el etnocentrismo. De esta forma es como quiero presentar este traslado aquí y ahora. Como una desvinculación de la automatización que estamos obligados a sufrir como consecuencia de los estereotipos sociales establecidos totalmente enmascarados en los encantos mercantilistas y capitalistas en donde hasta lo más banal esconde su trasfondo comercial y consumista y que, de algún modo, nos obligan a tener una relación corriente con las personas, objetos y actividades. Una relación cuasi hegemónica ideológicamente debido a que no nos permite navegar profundamente para conocer al otro. Sin embargo, la translocación hacia el otro nos permitirá pensarnos a nosotros como si fuésemos ellos y, de esa forma, nos dará lugar a pensar a la otredad como medio hacia el establecimiento de un vínculo distinto con nosotros mismos. ¿Cómo me ve el otro? ¿Su interpretación de mis actos estará relacionada con su cultura? ¿Por qué yo considero sus actos como acciones dentro de los parámetros establecidos o como simples anomalías? Cuestionarnos de esta forma nos permite iniciarnos en un profundo crecimiento personal y en un proceso de auto reconocimiento impensado por nosotros hasta el momento. Eso fue justamente lo que le había sucedido al mencionado Perceval, solo que en nuestro traslado es muy poco probable que un rey esté esperándonos en una mesa rodeado de súbditos y que en otro punto de nuestro camino nos encontremos con un humilde campesino que sea capaz de revelarnos gran parte de nuestro futuro camino, y de lo fructífero que nos resultará leer las cosas más allá de la simplicidad con las que se nos presenta. Posicionarnos desde distintas perspectivas o, dicho de otro modo, corporizándonos en otra mirada radicalmente distinta a la nuestra para vernos, nos hace dar cuenta de la gran diversidad por la que estamos rodeados. El otro se nos plantea como un extraño; un extraño peligroso, ajeno y desconocido, muchas veces en nuestra consideración. Hasta que dejemos de considerarlo así, hasta que tomemos sus costumbres características como propias, hasta que logremos aprehender su cultura y sus costumbres desde la cual ese otro entiende nuestro accionar. Cuando podamos lograr esto, en el momento que podamos lograr desprendernos de las fuertes ligaduras egocéntricas y hegemónicas es cuando lograremos extrañarnos de nuestros actos y crecer. Este ensayo no pretende presentar el viaje hacia la otredad como algo novedoso. No obstante, sí pretende que la desautomatización se mantenga vigente y que tomemos este mecanismo, esta forma de viaje, como algo que prevalezca de un modo reaccionario a las crecientes formas implícitas de dominación por parte de quienes consideran su ideología como la imperante. Cabe destacar que ya Nietzsche se había puesto en la voz de un filósofo persa en su majestuosa obra Así habló Zaratustra, ya que consideró que a partir de él podía describir y hacer reflexionar mucho más que si solamente salieran palabras de su propia boca. Es de esta forma como el traslado hacia la otredad nos sumerge en una maduración individual, por demás enriquecida, por el mero hecho de poseer diversas miradas y no abandonarse en una única perspectiva. La hegemonía político cultural que nos atraviesa y nos vemos obligados a sufrir por ser los denominados tercermundistas se vería contrarrestada si, como forma de oposición, nos jactamos del empleo de este tipo de viaje. Obligaremos a las miradas etnocéntricas a replantearse sus herramientas de poder, por demás implícitas, sobre quienes somos llamados “subyugados”. Sin ser considerado un acto de rebeldía, este escrito intenta treparse sobre el muro de vidrio a través del cual se nos enseñan los hechos, con la finalidad de ser capaces de ver detrás de él y adueñarnos de otra mirada distinta y desautomatizada.

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Bandana Roja

Hay personas que se disgustan con tu liberalismo,
hay personas que se molestan por tu forma de percibir el mundo,
personas a las que no les gusta tu forma de vestir
y te separan de su 'normalidad'.

Hay personas que detestan tus relojes
porque no pueden controlarlos
escapan a sus tiempos,
¡No te pueden cooptar!

Esas personas pueden irse al diablo
y un poco más alla.
¡Pero vos no! No podrías, no.
Te estarías cuestionando
la existencia de su antítesis.